domingo, 30 de diciembre de 2012

LA PERSONA DE CRISTO EN LAS CARTAS DE LA CAUTIVIDAD


 
INTRODUCCIÓN

            Las Cartas de la Cautividad se denominan así dentro del epistolario paulino porque fueron escritas durante la cautividad de Pablo en Roma. Estas cartas son las dirigidas a los Filipenses, a Filemón, a los Colosenses y a los Efesios. Todas constituyen una unidad, no sólo temporal, también –prescindiendo de Filemón que es una “esquela íntima”- por su contenido.

            Suelen recibir igualmente el nombre de “Cartas Cristológicas” ya que su tema principal es exponer la posición centra que tiene Cristo como cabeza de la creación y como único mediador entre Dios y los hombres así como su relación con la Iglesia en cuanto ésta es, Su Cuerpo Místico. Filipenses y sobre todo Colosenses y Efesios presentan esta doctrina en torno a la dignidad y excelencia de Cristo y Su papel en la Historia de la Salvación de forma mucho más profunda y desarrollada que otras Cartas paulinas. El resumen de esta doctrina progresiva expuesta por San Pablo es: - La fe en Cristo exige la unión con Él y como consecuencia, la superación de los problemas judeo-cristianos, además de los que presentaban los convertidos de la gentilidad. –La salvación gratuita que nos trae Cristo con Su pasión y resurrección, hace posible la nuestra. –Cristo-sabiduría de Dios, en oposición a la justicia de los hombres que los judíos pretendían conseguir con su propio esfuerzo. Los cristianos tenemos que ir penetrando progresivamente en el Misterio de Cristo como Cabeza de la Iglesia a la que hemos sido llamados. –En la Iglesia se realiza esa unión misteriosa del cristiano con Cristo y de los cristianos entre sí. -En ella se participa también de los sufrimientos de Cristo humillado por nuestros pecados y luego exaltado a la derecha del Padre en los Cielos. –la fe es la acogida de la Palabra de Dios; consecuencia de esta acogida es la entrega de nuestra persona a la Persona de Cristo, de nuestra inteligencia para creer en Él y en la revelación que Él nos trae del Padre. –De nuestra voluntad para cumplir Sus preceptos. –De nuestro corazón para amara a Dios sobre todas las cosas y al prójimo “como Él nos amó”. –Cristo es el que tiene que suscitar en lo más profundo de nuestro ser nuestra entrega radical a Él. –Nosotros tenemos que manifestar su seguimiento incondicional, allí donde esté nuestra misión mediante un servicio fiel por Cristo a los hermanos.

            La meditación serena de la doctrina cristológica de las Cartas de la Cautividad nos hace captar mejor la profundidad de Su mensaje y nos ayuda a llegar como San Pablo a un conocimiento progresivo de la “Persona de Jesucristo” y a una unión más íntima y plena con Él.
 

 JESUCRISTO GOZO DEL CRISTIANO – CARTA A LOS FILIPENSES-

            La alegría es el sentimiento más frecuente expresado en esta Carta de San Pablo a los Filipenses, y es que más que un tratado dogmático-moral como vienen a serlo Efesios y Colosenses, por ejemplo, es como una conversación íntima de padres a hijos en aquel que se goza y congratula de la fidelidad y perseverancia de Sus fieles. Manifiesta en ella toda la ternura y afecto de su corazón, ala vez que nos anima y exhorta a perfeccionarse cada vez más ya que no obstante, el carácter familiar de la Carta, Pablo también les recomienda las virtudes cristianas de la vida ordinaria: la humildad, la abnegación, la caridad que aquí se elevan al sublime ejemplo de Cristo, expresadas en un maravilloso himno que resume perfectamente el sentido de la vida de Jesucristo en dos movimientos: “Cristo se abaja y despoja de Sí mismo para vivir con los hombres”[1], “Cristo es exaltado a la gloria del Padre”[2].

Pablo les recomienda y anima a que busquen en Jesucristo la fuerza necesaria para comportarse dignamente en esta vida, así brillarán como antorchas en el mundo y proyectarán la luz de la esperanza y la alegría. Es preciso salir al paso de las dificultades con alegría. La proximidad del Señor debe reflejarse en sus vidas, por eso, la concordia, la paz, la amistad serán sus rasgos distintivos. Sólo así podrán seguir de cerca de Cristo y conocer la fuerza de Su resurrección. 

Cristo razón de ser de la vida del cristiano

            Pablo llama “santos” a todos los que residen en Filipos[3]. En realidad, santo solo es Dios. Los hombres lo son en la medida que pertenecen a Dios; y los cristianos son santos porque gracias a Cristo, han pasado a ser de Dios; esto supone y exige llevar una vida santa en la que hay que progresar cada día.

            Al dar gracias a Dios por los cristianos de Filipos[4], el Apóstol expresa un sentimiento, una convicción y un deseo[5]: experimenta una gran alegría porque se han hecho sus colaboradores en la predicación del Evangelio; tiene la convicción de que Dios llevará a término la obra que comenzó y que los cristianos de Filipos podrán llegar al día de Cristo (el último día) irreprochables y llenos de frutos; desea que los filipenses crezcan en amor mutuo, que caminen en la verdad conducidos en el amor progresando en ello hasta el final. Esta es la espléndida tarea de una comunidad cristiana.

            Pablo da testimonio también con su vida de la doctrina que a sus fieles predica[6]. Humanamente hablando la situación del Apóstol en aquellos momentos, no era fácil: está en la cárcel  y hay suficientes motivos además de éste para el desánimo y el abatimiento pero él está alegre y transmite alegría porque “su vida es Cristo y una ganancia el morir”[7]. Ignora si la causa de Dios saldrá adelante con su vida o con su muerte; si sale de la prisión, seguirá predicando el evangelio; si muere, alcanzará definitivamente a Cristo. De ahí su incondicional disponibilidad para cualquiera de los dos términos de dicha alternativa.

            Este es el ejemplo de un apóstol totalmente ganado por Cristo, porque “su vida es Cristo"[8], no desea ni morir para librarse de los sufrimientos ni tampoco desea vivir por creerse necesario; sólo desea dar a conocer al Señor con su vida o con su muerte. Esta actitud no se improvisa, es fruto de una vida entregada a Dios.

            Lo importante para Pablo en aquél momento es que los cristianos de Filipos, den con valentía testimonio del Evangelio[9], su firmeza ante la persecución y los ataques de los adversarios serán signo anticipado del juicio de Dios en el último día. Es una gracia compartir la Pasión de Cristo, Pablo ya lo ha experimentado y los filipenses lo saben; ahora sólo les falta comprobarlo en sus vidas y quedarán asociados a la lucha del Apóstol por la extensión del Evangelio. En Cristo encontrarán la fuerza necesaria para salir al paso con alegría de todas las dificultades. 

Jesucristo don de servicio mutuo

            A pesar de que los filipenses tienen una fe y una generosidad incomparables, hay entre ellos diferencias y divisiones que dificultan su plena identificación con Cristo. Pablo les propone una meta: la unidad y el amor[10]; esto sólo puede conseguirse si cada miembro de la comunidad considera al otro superior a sí mismo. Nada deben hacer por espíritu de competencia, nada por vanagloria, deben ser humildes, posponer los propios intereses a los intereses del prójimo. Por consiguiente, habrán de mantener entre ellos disposiciones profundas de amor mutuo y un modo de conducirse que esté realmente en comunión con Cristo; Él, que es “Señor”, se rebajó, se hizo pobre para salvación y enriquecimiento de todos. Cristo es, además de un ejemplo moral, el acontecimiento en el que la comunidad y sus miembros han recibido su impulso y norma interna fundamentales. La voluntad de Dios, tal como se ha manifestado en lo sucedido con Jesucristo, Su última palabra es la deuda y, a la vez, el don del servicio mutuo. Quien está en Cristo, tiene la disposición de ponerse al servicio de los demás.

Jesucristo Siervo y Señor

            Para estimular más a los fieles a la humildad, Pablo les propone el ejemplo de Jesucristo[11], “tened los mismos sentimientos de Cristo”[12], es decir, los sentimientos de humildad con los que Cristo nos dio ejemplo, dejando los honores divinos y tomando la naturaleza humana.

            Jesús por la condición divina que poseía desde siempre, hubiera podido, desde Su entrada en la tierra, ejercer Su poder y autoridad sobre toda criatura. Pero no quiso sacar ventajas de Su condición divina. No quiso por derecho propio e independiente de Dios, el Padre, disponer de Su poder. No se aferró a lo que era Suyo ni lo reclamó. Renunció a toda pretensión de dominio: se abandonó en manos del Padre sometiéndose real y seriamente a la condición de simple hombre, de “pobre”, de servidor. Escogió el camino. Escogió el camino de abajamiento y obediencia, para llegar al efectivo señorío divino sobre todo el universo en la forma que Dios quiso[13].

            Así Cristo, sometiéndose hasta la muerte de Cruz, es encumbrado sobre todo por Dios y recibe de Él, como regalo, el “Nombre-sobre-todo-nombre”[14], es decir, el ejercicio de Su autoridad soberana sobre todo poder del universo y viene a ser el criterio de toda la historia y árbitro de todo destino. Desde Su encumbramiento, en relación al hombre y al universo, Cristo toma definitivamente, por decirlo así, el lugar de Dios todopoderoso: “Dios, el Señor”, viene a ser para siempre en Cristo, efectivo Señor de Su obra[15].

            Así, contemplado, el universo queda restituido a su legítimo Señor, Quien a Su vez, por Su servicio liberador, ha restablecido la soberanía amorosamente paternal de Dios sobre toda Su creación. De este modo, poder y amor, señorío y paternidad, se compenetran entre sí: Dios vence todo poder que enajena de su condición de criatura a los seres creados. Dios y el mundo quedan unidos, reconciliados del todo. Dios es Padre del universo que, al fin, queda reducido a cósmica armonía, porque es el Padre de Su Hijo Jesús, por Quien se ha llevado a cabo la reconciliación.

            Este profundo misterio desconcierta nuestra sabiduría humana y nos exige –como a los cristianos de Filipos- dejar a un lado toda pretensión de dominio y prestigio, altivez y arrogancia para ponernos con los dones recibidos al servicio de los demás. Cristo llegó al señorío por el camino de la renuncia al poder. Así queda asegurada la presencia liberadora y gratificante de Dios en Su obra. No es Jesucristo un Dios junto al único Dios. ¡Dios es el único Dios y Señor! Así queda verificado y ratificado el monoteísmo de la Biblia. 

Existir en Cristo con la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe 

            Pablo quiere poner a los filipenses en guardia contra el peligro que suponen los judaizantes[16]. Expone su pensamiento de la siguiente manera: los cristianos forman la Iglesia de Jesús, verdadero Israel de Dios. La razón es doble: dan culto en el Espíritu de Dios y ponen su gloria en Cristo Jesús. No confían en las observancias externas, en concreto, en el rito de la circuncisión.

            El Apóstol de ascendencia hebrea, antiguo fariseo, apegado a sus tradiciones, irreprensible observador de la ley, al entrar Cristo en su existencia, considera como basura todas las ventajas anteriores en que apoyaba su vida, ya que ninguna de ellas le alcanzaba la salvación. Lo importante ahora para él es conocer a Cristo para que por ese conocimiento poder llegar a la necesidad de unirse a Su pasión y así experimentar la fuerza de Su resurrección. “Conocer a Cristo” no significa tener noticia de que existe, conocerlo desde fuera, sino que es participar de Su nueva vida de resucitado, es dejarle que Él actúe en nosotros, nos transforme y libere para la manifestación de esa Su vida en la nuestra. Únicamente la fe permite ese conocimiento de Dios.

            Aquí, Pablo, se muestra claro al oponer la justicia propia que busca la afirmación de sí mismo, y la justicia que viene de Dios y que aceptó por la fe en el encuentro con Jesús. Él está dispuesto a dar su vida por el Evangelio que predica ya que es la noticia y el testimonio de la resurrección de Jesús y del poder del resucitado de cambiar nuestras vidas haciéndose entrar así en una vida nueva. Por eso, Pablo sigue adelante, no cree haber llegado al final. Olvida el camino recorrido y mira al que le falta sin recorrer. Captado por Jesucristo en el Camino de Damasco, se lanza a la carrera. La gracia obtenida no le dispensa de esforzarse hasta llegar al final: la definitiva unión con Cristo por la plena participación en Su Resurrección.

            El cristiano no debe dejarse influenciar por las ideas de los judaizantes que ponen en peligro este Evangelio y sí poner su esperanza en la segunda venida de Cristo que transformará nuestro cuerpo humilde según el modelo de Su Cuerpo glorioso. 

Jesucristo paz y alegría del que espera en Él 

            Los cristianos sabemos que “el Señor está cerca”[17]. Esta certeza nos hace vivir con paz y alegría[18]. Pablo aun sufriendo en prisión, está alegre, porque su gozo es fruto de su fe en Jesucristo y la señal cierta de que todos los sufrimientos que padece no son suficiente para hacer tambalear su esperanza en Dios. Tiene la convicción de que Dios ha derramado Su amor en nuestro corazón dándonos al Espíritu Santo. Y lo predica con Su ejemplo: vive alegre. Pero no se puede confundir esta alegría con la diversión ruidosa, la risa estrepitosa o el alboroto. Esta alegría es la irradiación de un corazón abierto a la luz y a la gracia de Dios. Es el gran secreto del cristiano y uno de los testimonios que con más urgencia el Apóstol presenta en esta Carta, Cristo es la vida del cristiano y el que vive esta certeza, descubre en todas partes Su acción salvadora.


JESUCRISTO VIOLENCIA Y LIBERACIÓN DEL CRISTIANO -CARTA A
FILEMÓN
 
            En esta Carta a Filemón, San Pablo no aborda ningún problema teórico, sino que intenta arreglar un conflicto entre cristianos; para ello, no hace uso de su autoridad de Apóstol[19], sino que acude a la sensibilidad cristiana de Filemón[20]. Desde esta situación interior le hace ver cómo la fe realiza un cambio radical en el hombre y en la sociedad[21]: “Ya no hay esclavos ni libres, sino hijos de Dios”. Con esa doctrina nos enseña que el bautismo debe hacer que las diferencias sociales establecidas por el dinero, la inteligencia, la clase social, la raza o la patria, no sean fuente de división y  conflicto, sino ocasión de comprensión y mutua ayuda.

            Cristo directamente no lanzó una proclama explícita contra el orden establecido que dividía entonces la sociedad en señores y esclavos. Semejante actitud en Jesucristo igual que en Pablo hubiese sido contraproducente. Este cambio tenía que empezar en el interior del hombre. Cristo había establecido los fundamentos  que cuando llegasen a informar la sociedad, acabarían con la esclavitud. El primero  y principal de estos fundamentos es el principio de nuestra igualdad como hijos del Padre Celestial, y el de nuestra fraternidad en Cristo Jesús. “Ya no hay judío, ni griego, esclavo o libre, hombre o mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”[22].

            La solución  definitiva a este problema, sólo el cristiano puede aportarla plena y eficazmente por la fe y el amor que descubre en todos los hombres hijos del mismo Dios, hermanos del mismo Cristo, llamados a una misma salvación.

            En esta Carta, la doctrina de Pablo que es la de Cristo mismo, tiene unas exigencias que supone una auténtica revolución interior del hombre: vencer el egoísmo que anida en lo más íntimo del corazón  humano, abrirse constantemente a Dios y al prójimo en una actitud de amor y servicio. Esta revolución interior y pacífica, acabará con todas las forma de esclavitud y con todas las injusticias sociales.
 

JESUCRISTO SER SUPREMO Y ABSOLUTO –CARTA A LOS COLOSENSES-

Su finalidad

            En tiempos de Pablo, un doble peligro, desde el judaísmo y desdel paganismo amenazaba la fe de estas comunidades cristianas.

            Ciertas corrientes del judaísmo habían abandonado prácticamente la esperanza de la entrada en el Reino de Dios en este mundo y por consiguiente, de la venida de una Mesías verdaderamente histórico. Esperaban una intervención de Dios definitiva y fulminante para suprimir este mundo pecador por medio de un Mesías celestial, sin punto de contacto con el hombre e inaccesible al sufrimiento.  Por influencia de las religiones orientales, estas corrientes de creencias judías, se imaginaban el cielo jerárquicamente organizado al estilo de una corte, con una serie de intermediarios entre Dios y los hombres. Tales intermediarios eran espíritus poderosos que regían los destinos de las naciones y de cada hombre. Al mismo tiempo, hacían depender la salvación de una multitud de prácticas ascéticas, observancias legales y ritos externos. Se vivía así, más en el miedo y la angustia que en el amor.

            A pesar de que unas corrientes del helenismo se esforzaban por mantener la convicción intelectual de que el universo era como un organismo armónicamente dispuesto, los paganos contemporáneos de San Pablo vivían profundamente angustiados, por el convencimiento que tenían de estar atrapados en una existencia sin sentido, prisioneros de fuerzas oscuras y de poderes incontrolables. Los dioses tradicionales ambicionaban el poder y buscaban insatisfechos la felicidad, lo mismo que los hombres. Mantener buenas relaciones con todos esos dioses era poco menos que imposible, de ahí, el constante recurso a seres divinos intermediarios y salvadores, cercanos al hombre.

            Pablo quiere liberar de una vez para siempre a los cristiano de esas religiones que niegan la inmediata y definitiva liberación del hombre por Cristo y continúan manteniéndole en su esclavitud: esos seres divinos entre Dios y los hombres. Esta es la principal finalidad por la que escribe en esta ocasión a los colosenses. En ella exalta la privación de Cristo describiendo Su persona[23] y Su obra[24]. Insiste también en advertirles contra el error  que les amenaza[25]. 

Jesucristo es Dios

            Pablo insiste en aplicar a Jesús las palabras claves: imagen, primogénito[26]; principio, primero[27]; cabeza y plenitud[28].

            Con el gozo de un himno, con una oración jubilosa, con una pura alabanza en la que nada se pide, Pablo confiesa su fe en Jesucristo. Si Jesucristo es el Señor del universo, Su primado es absoluto. Todas las fuerzas que pretenden regirlo están sometidas a Su ley.

            En un bello himno[29], el Apóstol presenta a Jesús de Nazaret, el Señor, como clave de las dos etapas del plan salvador de Dios: la creación y la redención.

            Jesucristo, el Hijo amado del Padre, “es imagen del Dios invisible”[30], o sea, se asemeja al Padre y viene de Él por participar de Su naturaleza, manifestada y revelada, siendo el Hijo visible y el Padre invisible. En Jesucristo como “imagen del dios invisible” vemos destinada toda la obra de la creación al logro de su plenitud. Cristo es, además de imagen de Dios, “primogénito de toda criatura”[31], esto es, el primero en la serie de las criaturas, por una precedencia natural en el designio, en la mente de Dios Padre. Es el primero también, por el influjo que tiene como hombre, sobre la existencia y suerte de las otras criaturas. En vista de Él han sido creadas; a Él, primero de la serie, deben su existencia, y como primogénito, le corresponde ser el heredero de todo lo creado.

            Cristo es también “cabeza del cuerpo”[32], es decir, de la Iglesia. No sólo es Señor, el Jefe Supremo, sino que además es la fuente que comunica la vida a los fieles, los penetra con ella y los une como miembros de un organismo viviente. 

Jesucristo ocupa un puesto único como Rey de universo[33]

            Cristo es el centro de la creación porque en él fueron creadas todas las cosas del universo y en Él han tenido su centro, su razón de ser de unidad, su origen y el influjo universal n el momento de la creación. Todas las cosas fueron creadas en Él, las del cielo y las de la tierra, las visibles y las invisibles: cosas que exaltaban los pseudo-  maestros de Colosas, los Ángeles, los Tronos, las Dominaciones y Principados, las Potestades[34].

            Cristo es mediador y fin de la creación porque todo el universo fue creado y continúa su existencia por Él que no es instrumento, sino cooperador en  la creación como Dios, y mediador como hombre-Dios en cuanto que su futura existencia ha influido en Su creación; Jesucristo es Aquel por quien el ser desciende de Dios. Y para Él, en vista de Él, todo ha sido creado y conservado. Jesucristo es el fin, el objeto, la meta, la corona y la predicción de todas las cosas que deben servir para Su glorificación[35].

            Cristo precede todas las cosas en dignidad, todo tiene en Él su cohesión, su sentido, la razón de ser, de su unidad[36].


Jesucristo es Cabeza, principio y fuente se vida  de la Iglesia[37]

            Cristo es Cabeza del Cuerpo de la Iglesia en cuanto que tiene preeminencia e influjo vital sobre ella. Esta es Su Cuerpo (imagen diversa de la cabeza) en cuanto se identifica con ella (con una identificación parcial, relativa) y promulga su existencia y actividad, llegando a ser la manifestación visible de Cristo, como el cuerpo lo es en relación con la persona. Jesucristo es el principio de la Iglesia y su fuente de vida porque Él es el primero que resucita de entre los muertos, por ello, es causa de la nueva vida, de la resurrección futura para todos. En la resurrección de Jesús nace el mundo nuevo, la nueva creación. En Él está, de asiento, la plenitud de lo divino; por eso Cristo resucitado puede transferirla a los Suyos[38].

 Cristo es la pacificación de todos los seres

            Ya que ésta viene por medio de Él que es el único mediador entre Dios y los hombres, su causa final y centro al que convergen todas las cosas. El medio utilizado por Cristo para llevar a cabo la reconciliación, es la “Sangre derramada por él en la Cruz[39], en un acto inmenso y palpable de amor a los hombres; por ella se pacificarán todas las cosas respecto a los hombres al recuperar su amistad con Dios por medio de Jesucristo, incorporándose al recuperar a Él por el bautismo. También se pacificarán los seres inanimados, a la luz de Romanos:“porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto”[40], las criaturas fueron creadas para gloria de Dios en manos de los hombres, aunque estos, con frecuencia las utilicen como instrumentos de pecado. La reconciliación de Cristo que acaba con el pecado de los hombres, libera por lo mismo, a las criaturas de esa desviación de su fin a la que fueron sometidas por éste.

            Además de la pacificación de los seres terrestres, también los seres celestiales que aunque no eran enemigos de Dios como los hombres, por la pacificación hecha directamente con éstos, sus enemigos, gozan ellos de aquella paz, a su modo. En cuanto ángeles y los cielos, los hombres y las cosas materiales, una vez vencidas las potencias hostiles que rompían la armonía de todo el universo, al presente no componen más que una sola cosa, un mundo armonioso y uno que tiene como centro de unidad a Cristo. Por eso, ahora todo está reconciliado y pacificado con Dios en Cristo[41].

 Cristo imagen de Dios; el cristiano transformado en imagen de Cristo

            La muerte de Cristo “en su cuerpo de carne”, no sólo ha logrado la reconciliación de los hombres con Dios, también los ha hecho santos sin mancha y sin reproche[42]. El Hijo de Dios ha aparecido ente nosotros asumiendo la debilidad de nuestra “carne”, ha padecido las consecuencias del pecado y desde ahí, nos ha reconciliado con Dios[43]. Este acontecimiento es la prueba más esplendorosa de amor y sabiduría divinas y la victoria más completa sobre el pecado y la muerte; pero el que Dios haya reconciliado a los hombres Consigo a través de la muerte y resurrección de Jesucristo, exige a su vez, que éstos se esfuercen por vivir reconciliados entre sí[44]. Deben permanecer arraigados en Él que es el alimento vivificante y la estabilidad; deben estar continuamente fundados en Él, progresando en la vida cristiana, siempre en unión con Cristo. Este crecimiento en conocimiento y unión con Cristo, tiene s punto de arranque en el bautismo que nos pone en comunión con el misterio de la muerte y resurrección de Jesús; es decir, permite en la medida de nuestra adhesión a Él, que la fuerza de Dios que resucitó a Jesús nos resucite también a nosotros[45].

            Este crecimiento de la vida se realiza a través de una dolorosa y constante lucha entre el “hombre viejo” y el “hombre nuevo”. Se trata de “despojarse” de la vieja condición humana[46] y “revestirse” de la nueva[47]. El punto final de esta lucha por vivir a Cristo, será el ser transformado en su imagen hasta que podamos conocer perfectamente a Dios como Él es porque ahora nuestra vida está oculta con Cristo en Dios[48] y espera a manifestarse con él en gloria[49], pero la acción de Dios ya obra en nosotros  llegaremos al pleno conocimiento del Misterio de Dios, cuando, de verdad, seamos como Él, es decir, cuando logremos la plena asimilación a Su Hijo que es Su imagen perfecta. Viviendo a Cristo será posible formar Su imagen, Él transformará nuestra condición humilde a imagen de Su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo[50] y en la medida que esta imagen de Cristo crece en nosotros,  le conoceremos a Él y experimentaremos Su amor. Y es que la imitación de Jesús se resume en el amor, es lo característico de Dios. Es el Hijo Quien ha revelado  el amor de Dios a los hombres, dando Su vida por ellos. Vivir como cristianos[51] es amar como Dios ama. Y unidos en el amor podremos alcanzar un conocimiento íntimo, vivo y experimental del Misterio de Dios que irá graduando en nuestros rostros los rasgos de Cristo, imagen de Dios.
 
DIOS PADRE REALIZA EL PLAN DIVINO DE SALVACIÓN EN EL HIJO POR EL ESPÍRITU –CARTA A LOS EFESIOS-
 Sus destinatarios y su contenido

            En esta Carta de San Pablo, no parece haber unos destinatarios concretos; es una carta-circular, posiblemente dirigida a varias comunidades cristianas fundadas por discípulos suyos. Su contenido es el testimonio ardiente de un hombre que celebra gozoso la ilimitada gracia de Dios que ama profundamente a Jesucristo y que ha descubierto la clave de su vida y de la historia de la humanidad en Él y en Su Iglesia.

            La Carta no da noticias concretas a unos lectores concretos ni tiene en cuenta a unos adversarios cuya doctrina quiera refutar. Es una meditación sobre el Misterio de Cristo y de la Iglesia que quiere llevar al cristiano a descubrir el cambio radical que la muerte y resurrección de Cristo ha introducido en el mundo: Él es Señor del universo que penetra con la “fuerza de su resurrección”[52] toda la humanidad. Una humanidad sin fronteras ni divisiones, unida como un solo cuerpo del que Cristo es la Cabeza.

            Esa comunidad así unida y salvada, es la Iglesia, formada por cuantos creen en la resurrección de Jesucristo. Una Iglesia universal y eterna tal como el Padre la había previsto desde la creación para salvar a todos los hombres. Una Iglesia que ama a Jesucristo y es amada por Él, como el esposo y la esposa se aman. Una Iglesia animada y vivificada por el Espíritu Santo para dar testimonio en el mundo de una vida santa. En esta Iglesia cada cristiano, sumergido por el bautismo en la muerte y resurrección de Jesucristo, debe morir a todo lo que es pecado, a todo lo que separa y divide a los hombres para resucitar a todo lo que es “gracia”, “comprensión”, “unidad de espíritu”.

            El Cuerpo de Cristo quiere crecer hasta abarcar a toda la humanidad, de forma que para todos los hombres no vaya más que un “Dios Padre de todos”.

 El Padre nos elige y predestina en Jesucristo (1, 3-14)

            El origen de la salvación del hombre está exclusivamente, en Dios mismo: en Su determinación eterna de ser Dios con nosotros, en Jesucristo Su Hijo y de realizarla  por la comunicación de sí mismo en Su Espíritu con Sus dones[53].

            El Padre tiene la iniciativa; desde siempre, por Su libre determinación, en un acto de predilección para con nosotros, en Cristo y por Cristo nos ha elegido para ser hijos Suyos, comportándonos como tales en el mundo y así recibir la plenitud de esa filiación en la gloria.

            A la elección, que revela favor y benevolencia, sigue la predestinación que incluye la intervención de la voluntad que prepara los medios para conseguir su fin. El objeto de la predestinación es la “adopción de hijos Suyos por Jesucristo”[54], es decir, la participación por la gracia en la filiación natural y divina de Jesucristo.

            En un solemne himno, Pablo comienza dando gracias y bendiciendo a Dios Padre por el plan divino de salvación a predestinarnos a la adopción; esta bendición va dirigida al Padre de nuestro Señor Jesucristo, el cual nos bendice a nosotros con toda clase de bienes espirituales y celestiales[55]. La bendición de dios a nosotros, implica la concesión de beneficios. Esta generosidad de Dios es tan desbordante que permite al hombre siempre indigente, bendecir también a Dios. Se establece una circulación de vida recíproca entre Dios y el hombre. La corriente de vida que viene de Dios al hombre vuelve de éste a Dios en forma de acción de gracias y alabanza de Su gloria. Jesucristo recapitula en Sí los dos movimientos de la bendición: el don de la vida que desciende de Dios y la acción de gracias que se eleva hasta Él por parte del hombre.

            Es el Hijo quien realiza el plan de Dios en el momento culminante en el que él se hace hombre, es así como el adre nos comunica el misterio eterno de nuestra vida: nos elige en Él[56], nos redime por Su “sangre”[57], para hacernos una familia de hijos destinados a “reunirnos” en Cristo y a comprender que Cristo es el corazón y la cumbre, el principio y el fin del plan amoroso de Dios sobre todos los hombres, ya que no sólo los judíos sino también los gentiles, han sido llamados a participar de esa herencia. La inhabitación del Espíritu en sus almas, constituye el sello y la garantía de que un día participarán de esa herencia.

            Dios al infundir en nuestro corazón la “fuerza poderosa de Su Espíritu” nos ha llenado con Sus dones y nos ha marcado con Sus “arras” mientras llega nuestra redención completa.

 Cristo y la Iglesia[58]

            Cristo es el fundamente de nuestra esperanza; Pablo vive y se goza en la esperanza de que los cristianos de Éfeso, lleguen a comprender en toda su profundidad estas tres realidades: 1- La fuerza transformadora de esa esperanza a la que hemos sido llamados; cómo el Espíritu nos introduce en las riquezas mismas de Dios. 2- La extraordinaria grandeza del poder de Dios que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y de esa  humanidad nueva de Jesús, pasa la nueva vida a todos Sus miembros, a todo Su cuerpo que es la Iglesia. 3- la Iglesia es plenitud de Cristo.: él le comunica todas las riquezas de que Él está lleno. Por eso, la Iglesia participa en sus miembros de todos los dones del Espíritu[59]. La Cabeza y el Cuerpo forman una unidad inseparable, una totalidad. La Iglesia continúa y la lleva a plenitud a través del espacio y del tiempo, la redención de Cristo. De esta forma Cristo que está por encima de todo, está también en todo. La Iglesia la forman hombres de todo el mundo y de toda raza y Cristo así ejerce Su señorío universal.
 
El hombre salvado por la generosidad de Cristo Jesús[60]

            Cristo ha salvado a los hombres. San Pablo en esta Carta explica la generosidad sin límites de Dios. Distingue en la Historia de la Salvación dos situaciones correspondientes a un antes, sin Cristo, y a un ahora con Él. Antes los hombres vivían sin esperanzas, entregados a la muerte y a satanás. Ahora, ha aparecido Jesucristo entre los hombres y Su obra de salvación, comparable a una nueva creación, ha sido manifestación elocuente del gratuito amor de Dios. Es puro don. En adelante, las obras del cristiano, atestiguarán su transformación en criatura nueva. Antes vivían sin esperanza, ahora, en la persona histórica de Cristo, judíos y paganos se han acercado todos juntos a Dios. Cristo ha derribado el muro que los separaba, el odio. Así, reconciliados entre sí y con Dios en el Cuerpo de Cristo resucitado, no forman más que un cuerpo con Él, recibiendo la misma vida de Espíritu, fruto de la Cruz de Cristo.

 

Cristo, el Hombre nuevo, es la reconciliación de judíos y gentiles[61]

            Cristo ha hecho en Sí mismo, de dos pueblos divididos, un solo “hombre nuevo”. Este hombre nuevo fue creado en Cristo sobre la cruz. Es Cristo quien ni sólo derriba el muro sino que pacifica y reconcilia a todos con Dios. En Él, hasta el adversario y el enemigo se convierten en hermanos. En otras Cartas, Pablo nos dirá que éste “hombre nuevo” nace en la Iglesia por la fe y el bautismo[62]. Aquí nos dice que ya está en germen en el cuerpo de Jesús crucificado, el “Hombre Nuevo por excelencia”. Este cuerpo de Cristo crucificado abraza a todos los hombres ya que en Su Cruz está la fuerza de la reconciliación. Con su sacrificio en la Cruz, Cristo derogó la ley antigua, no en cuanto a sus preceptos de orden natural o moral que Él confirmó y llevó a sus últimas exigencias[63], sino en cuanto a las leyes ceremoniales y prescripciones rituales que habían venido a ser tan numerosas y minuciosas que su cumplimiento resultaba poco menos que imposible a los mismo judíos[64]. Exigir su cumplimiento sería cerrar la posibilidad de la unión de judíos y gentiles y la conversión de éstos a la religión cristiana.

            Es así, que de dos pueblos enemistados. Cristo hizo un solo pueblo. Unos y otros han sido reconciliados con Dios “en un solo Cuerpo”[65]: Cuerpo Místico de Cristo que vino a traernos la salvación y que ahora, lo forman todos cuantos  han prestado adhesión a Su mensaje; por Él tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu.

            La obra de Cristo se extenderá a todos los hombres para que todos e revistan de Él, verdadero “Hombre nuevo”. Los apóstoles son los pregoneros de este mensaje. Esto significa que mediante el Evangelio continúa viniendo Cristo para reconciliar a los hombres entre ellos y con Dios y traer la paz. Reconciliado con Dios y con los demás, el creyente ya justificado, transformado, purificado, puede acceder al Padre, ha recibido el espíritu, ha sido creado “Hombre nuevo”. 

Revelación del Misterio de Cristo[66]

            Pablo es iluminado sobre el Misterio de Cristo: “También los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio”[67]. En la cárcel ha tenido tiempo de meditar en la novedad del cristianismo y cautivado por el misterio o secreto eterno de Dios a él revelado, dedicará todas sus fuerzas y su vida a comunicarlo. En eso consiste su vocación única de apóstol de Dios. Ahora los cristianos ya saben que es posible la comunión de todos los hombres en el amor y la verdad aunque su plena realización queda para el final de los tiempos. Entre tanto, vivir cada vez más esta unión fraterna en el gozo y en la paz de Cristo. Esto nos dará la seguridad de que el Evangelio se predica de verdad y de que el misterio eterno de Dios, realizado en Cristo Jesús, alcanza al mayor número posible de hombres.

            Vemos como Pablo no hablo sólo n teoría. Alaba al Señor y en Él confía. Pone ante Él sus mejores deseos y reza por los cristianos de Éfeso para que Dios le haga comprender la riqueza inimaginable encerrada en Jesucristo. El conocimiento que pide no es el puramente intelectual sino más bien experimental, participativo del amor de Cristo: el que nos ha comunicado con Su entrega y es idéntico al del Padre. El fruto de tal conocimiento impulsa a los cristianos a la vida comunitaria por el camino de la unidad, la sinceridad y el amor.


La vida nueva en Cristo Jesús

            El crecimiento en el “conocimiento” del amor de Cristo, debe conducir al cristiano a vivir conforme a la vocación recibida[68]. Para ello, Pablo les exhorta a que huyan de la vida anterior de los paganos[69]. Deben tener una conducta verdaderamente cristiana, abandonar el hombre viejo corrompido por deseos seductores y renovarse en la mente y en el espíritu revistiéndose del hombre nuevo creado a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas[70]. Hay que imitar a Jesucristo y caminar como hijos de la luz. Él se entregó por nosotros a Dios como víctima de suave olor[71]. No se trata de imitarle en sus atributos divinos sino en Su conducta para con nosotros: Su manera de obrar, Su “economía”, se ha manifestado clara; sólo siguiéndole a Él, viviremos en al amor mutuo. En Él somos hijos de Dios y en Su amor vivimos gracias a la entrega y al sacrificio de Cristo por nosotros. Es el bautismo el que nos hace entrar en comunión con Su muerte y resurrección dando pasando así de las tinieblas a la luz para poder “caminar como hijos de la luz sin tomar parte en las obras de las tinieblas”[72].

Cristo ama a Su Iglesia como Esposa

            El amor de Cristo a la Iglesia es tan grande que se entregó a la misma muerte por ella; la consagró purificándola con el baño del agua y de la palabra[73]. San Pablo ve en la unión de los cónyuges una figura de la unión de Cristo con la Iglesia y al hablar de matrimonio cristiano, alumbra a lo más profundo de la unión conyugal, comparándola con la unión de Cristo y Su Iglesia[74]. Todo matrimonio en su proyecto divino, original es a la manera de un bosquejo de la íntima unión de Dios con el hombre y a ella apunta como a su “modelo” y fuente de realización. El “Señor” mismo une a los creyentes para un amor mutuo, fiel y de donación, en orden al servicio de la comunión en la Iglesia.

            Cristo es un Esposo de la Iglesia y la ama como a Su propio cuerpo, la nutre y alimenta con la gracia de los Sacramentos. De esta forma el matrimonio, en cuanto simboliza y tiene relación con la unión de Cristo y Su Iglesia, forma parte del gran misterio escondido durante generaciones pasadas y reveladas con la “venida de Cristo”.
         
S. Mª José P.


[1] Flp 2, 6-8
[2] Flp 2, 9-11
[3] Flp 1, 1
[4] Flp 1, 3
[5] Flp 1, 4-2
[6] Flp 1, 12-26
[7] Flp 1, 21
[8] Íbidem
[9] Flp 1, 27-30
[10] Flp 2, 1-5
[11] Flp 2, 6-8
[12] Flp 2, 5
[13] Flp 2, 9-11
[14] Flp 2, 9
[15] Flp 2, 11
[16] Flp 3, 1-21
[17] Flp 4, 5
[18] Flp 4, 4-20
[19] Fil 1,  8
[20] Fil 1, 9
[21] Fil 1, 10
[22] Gál 3, 28; Col 3, 2
[23] Col 1, 15-19
[24] Col 1, 20-23
[25] Col 2, 4-8
[26] Col 1, 15
[27] Col 1, 16
[28] Col 1, 18-19
[29] Col 1, 15-20
[30] Col 1, 15
[31] Íbidem
[32] Col 1, 18
[33] Col 1, 15-17
[34] Col 1, 16
[35] Íbidem
[36] Col 1, 17
[37] Col 1, 18
[38] Col 1, 18-19
[39] Col 1, 20
[40] Rom 8, 22
[41] Col 1, 20
[42] Col 1, 22
[43] Col 2, 13-15
[44] Col 2, 2
[45] Col 2, 9-12
[46] Col 3, 5-11
[47] Col 3, 12-17
[48] Col 3, 3
[49] Col 3, 4
[50] Flp 3, 21
[51] Col 3 12-17
[52] Flp 3, 10
[53] Gál 3, 14
[54] Ef 1, 5
[55] Ef 1, 3-5
[56] Ef 1, 4
[57] Ef 1, 7
[58] Ef 1, 15-23
[59] 1 Cor 2, 4; Gál 5, 22
[60] Ef 2, 1-10
[61] Ef 2, 2-22
[62] Gál 3, 27: Col 3, 9-11
[63] Mt 5,17. 21ss; Rm 3, 31
[64] Jn 7, 19; Hch 7, 53; Rm 2, 17ss
[65] Ef 2, 16
[66] Ef 3, 1-14
[67] Ef 3, 6
[68] Ef 4,1
[69] Ef 4, 17-18
[70] Ef 4, 20-24
[71] Ef 5, 1-2
[72] Ef 5, 5-20
[73] Ef 5, 26
[74] Çef 5, 21-23