jueves, 28 de marzo de 2013

¿POR QUÉ MATARON A JESÚS?


Un hombre incómodo

Todos saben cómo mataron a Jesús: crucificándolo. Pero casi nadie sabe por qué lo mataron, cuál fue el motivo determinante de su muerte.

Durante su vida pública Jesús tuvo muchos enfrentamientos con las autoridades de su tiempo, y varias veces estuvieron a punto de apresarlo y darle muerte, pero no pudieron por temor a la reacción de la gente. Sin embargo en cierto momento Jesús hizo algo que colmó la paciencia de los gobernantes, y los obligó a tomar la decisión de acabar con su vida. ¿Cuál fue ese incidente?

Los Evangelios nos presentan dos explicaciones distintas. Según la primera, dada por Marcos (seguido de Mateo y Lucas), ese incidente fue la expulsión de los vendedores del Templo de Jerusalén. En cambio según el Evangelio de san Juan fue el hecho de la resurrección de Lázaro (Jn 11,45-53). ¿Cuál de las dos es la correcta? 

La locura de un gesto

Vayamos adelantando la respuesta: Marcos tiene razón, porque después de su condena es el tema que aparece insistentemente.

En efecto, durante el juicio de Jesús, vemos que los testigos lo acusan de un incidente en el Templo, diciendo que quiso destruirlo y construir otro (Mc 14,58). También durante la crucifixión, la gente que pasa se le burla recordando el incidente del Templo: “Eh, tú, que destruyes el Templo y lo reconstruyes en tres días” (Mc 15,29). Y cuando más tarde el diácono Esteban es condenado a muerte, los testigos vuelven a decir: “Este hombre sostuvo que Jesús Nazareno destruiría el Templo y cambiaría las costumbres de Moisés” (Hch 6,14).

Vemos, pues, que lo que determinó la muerte a Jesús parece haber tenido que ver con el Templo. Se trata de un incidente que ocurrió cierto día en que Jesús encontró allí a un grupo de vendedores de animales y cambistas; al verlos se enojó, y los echó del lugar; volcó las mesas de las monedas, y derribó los puestos de animales, mientras les explicaba que el Templo era la Casa de Dios para orar.

Con ganancias repartidas

¿Por qué estaban en el Templo aquellos vendedores? Porque cuando un judío quería ofrecer sacrificios a Dios, no podía llevar un animal cualquiera al Templo. Debía ser sin defectos, ni impurezas, ni manchas. Y un animal así no era fácil encontrar. Además, muchos judíos llegaban a Jerusalén desde muy lejos y no les era cómodo venir cargando el animal. Entonces los vendedores del Templo les ahorraban el trabajo, a la vez que les garantizaban la pureza del animal. Por otra parte, los judíos mayores de 20 años debían pagar un impuesto anual al culto. Pero la moneda romana (la única que circulaba en Palestina) no era aceptada en el Templo por tener grabada la imagen del Emperador. Tampoco se aceptaban las monedas extranjeras que traían los judíos de otros países. Sólo se admitían unas monedas especiales, acuñadas en la ciudad de Tiro. Y los cambistas proveían a los peregrinos precisamente de ta-les monedas.

Ese comercio religioso, tolerado por los sacerdotes, que percibían por ello una parte de las ganancias, tenía lugar en el atrio exterior del Templo, llamado Atrio de los Gentiles, o de los Paganos. 

El enojo del Maestro

La expulsión de los vendedores es uno de los episodios más extraños de la vida del Señor, porque nos presenta a un Jesús muy distinto del que estábamos acostumbrados a ver. ¿Cómo es posible armonizar este Maestro violento e intolerante, con aquel otro pacífico y sereno que predicaba en Galilea, que acogía a los pecadores y actuaba con mansedumbre hasta en las situaciones más duras?

Pero el episodio es extraño sobre todo porque no nos permite entender qué intención tenía Jesús cuando realizó ese gesto. A primera vista parecería que quiso purificar el Templo de las actividades comerciales que ahí realizaban. Pero en realidad a Jesús nunca le importó la pureza del Templo. Jamás en los Evangelios lo vemos mostrar interés alguno por el decoro de la liturgia, ni por el recato de los sacerdotes, ni por la exactitud de los ritos que éstos ofrecían. Es cierto que frecuentaba el Templo para las grandes fiestas, como cualquier otro judío, y a menudo enseñaba allí a la gente. Pero nunca se preocupó por el culto, ni por su pureza. ¿Por qué ahora se enoja tanto con la presencia de los vendedores?

Además, los vendedores y cambistas no hacían nada malo. Al contrario, ayudaban a los peregrinos a cumplir con sus necesidades para el culto. Por otra parte, no estaban ubicados propiamente en el Templo sino en el atrio exterior, que no era un lugar sagrado. ¿Por qué se molestó entonces Jesús?

Varios intentos de entenderlo

Hoy resulta difícil saber qué pasó aquel día en el Templo entre Jesús y los vendedores. Pero es probable que no sólo a nosotros nos resulte difícil, sino que ya en los primeros tiempos, cuando las comunidades cristianas transmitían oralmente el Evangelio, tampoco recordaban por qué se había producido ese enfrentamiento. Sabían, sí, que el Señor había tenido un incidente con unos vendedores, y que ese incidente había desencadenado su muerte, pero no conocían la causa del mismo.

Por eso, cuando años más tarde los evangelistas compusieron sus obras, al llegar a este suceso, como no tenían en claro qué había pasado, cada uno trató de entenderlo como pudo, y de contarlo adaptándolo a su propia teología. Por eso cada evangelista trae una versión diferente de ese episodio, con un mensaje distinto.

El primero en escribir fue San Marcos. Según la versión de Marcos, unos días antes de su muerte Jesús se presentó en Jerusalén acompañado por una multitud que lo aclamaba y ovacionaba como Mesías. Ese día no sucedió nada. Pero al día siguiente tuvo lugar el altercado. Marcos lo relata así: “Jesús entró en el Templo, y comenzó a echar de allí a los vendedores y compradores; volcó las mesas de los que cambiaban dinero, y los puestos de los vendedores de palomas; y no permitía que nadie pasara por el Templo llevando cosas. Y se puso a enseñar diciendo: «La Escritura dice: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones. Pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones». Cuando los sumos sacerdotes y los escribas se enteraron de lo ocurrido, se propusieron darle muerte, porque tenían miedo al impacto que sus enseñanzas producían en la gente” (Mc 11,15-18). 

Agrandar el Templo

 Para entender por qué Marcos cuenta así este episodio, hay que tener presente que él escribe para cristianos de origen pagano. Ahora bien, en el Templo de Jerusalén había dos áreas bien definidas. Una interior, llamada el Atrio de los Israelitas (donde rezaban exclusivamente los judíos), y otra exterior, llamada el Atrio de los Gentiles (donde podían pasar a rezar los paganos). A esta zona externa los judíos no la consideraban propiamente como Templo, ni como sagrada, pues la presencia de paganos la volvía impura. Por eso habían permitido que allí se instalaran los vendedores, cambistas y mercaderes que hacían sus negocios, ya que Dios allí no se molestaba en atender a nadie.

Lo que Marcos quiere decir, con la reacción de Jesús, es que para Jesús el atrio de los paga-nos, donde estaban ubicados los vendedores y cambistas, también debía considerarse Templo, por respeto a los paganos. O sea, donde éstos rezaban era tan sagrado como donde rezaban los judíos, porque Dios también escucha la oración de los paganos. Por eso Jesús exclama: “Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las naciones”. Lo que se propone Jesús (según Marcos) es colocar a todos, judíos y paganos, a un mismo nivel, y convertir el Templo de Jerusalén en un lugar de oración para todas las naciones. Por eso no permite las actividades comerciales en el Atrio de los paganos, pues éste es tan sagrado como el de los judíos.

Esta idea de que la oración de judíos y paganos tenía el mismo valor ante Dios constituía, sin duda, una tesis revolucionaria e inadmisible para los israelitas. Por eso decidieron matarlo.

Una mancha de dos siglos

 La versión de San Mateo es diferente (Mt 21,12-17). Él escribe para lectores de origen judío, que esperaban la llegada de un futuro Mesías. Por eso adapta el relato a esta mentalidad.

Ante todo, dice que Jesús expulsó a los vendedores del Templo el mismo día que entró en Jerusalén, y no al día siguiente como dice Marcos. Se trata de un detalle muy importante. Porque el día que Él entró en Jerusalén es el día en que la ciudad entera lo había aclamado como Rey y Mesías. De este modo, Mateo quiere decir que el Jesús que acaba de ingresar en el Templo es el Mesías que ellos esperaban.

¿Y qué viene a hacer el Mesías al Templo? Según la creencia judía, el Templo de Jerusalén estaba impuro desde hacía muchos años. En efecto, en el año 167 a.C. un rey de Siria llamado Antíoco Epífanes había invadido Jerusalén y había ofrecido en su Santuario sacrificios a los dioses paganos. Desde entonces los judíos sentían que su Templo estaba manchado, y vivían consternados por eso, pero no podían hacer nada. Sólo les quedaba aguardar que, según una antigua profecía (Mal 3,1-3), llegara el Mesías a purificarlo (1 Mac 4,44-46). Mateo, al presentar a Jesús como Mesías, y además purificando el Templo, sugiere que lo purifica no sólo de los vendedores y cambistas, sino de su antigua y vergonzosa mancha.

Para reafirmar esta idea, agrega dos detalles propios de él: a) dice que luego de expulsar a los vendedores se le acercaron unos ciegos y paralíticos, y los curó; porque estas curaciones se esperaban del Mesías cuando viniera (Mt 11,5); b) dice que un coro de niños hebreos lo aclamó como Mesías; así, ya no quedaba duda alguna de su identidad.

A Mateo no le interesa, como a Marcos, el atrio de los paganos (por eso no cuenta el detalle de que Jesús obstaculiza el paso de la gente por el Templo, ni dice que éste será Casa de oración para todas las naciones). Le interesa el tema del Templo propiamente dicho, y quiere mostrar que Jesús se presenta como el Mesías que viene a tomar posesión de él y a purificar-lo. Por esa razón, según Mateo, es que decidieron matarlo.

La expulsión pacífica

 La versión de Lucas es la más breve de todas. Apenas tiene dos versículos, y no cuenta casi nada (Lc 19,45-46). Sólo dice que Jesús echó fuera a los vendedores. No hay mesas volca-das, ni puestos de palomas derribados, ni gente bloqueada para que no pase.

¿Por qué Lucas lo acortó tanto? Porque él escribe para una comunidad cristiana formada por ex-paganos y ex-judíos, que está en crisis, y que amenaza con dividirse por problemas inter-nos. Por eso busca eliminar de su Evangelio (y también del incidente del Templo) casi todas las escenas de violencia y agresión que pudieran aumentar aún más las tensiones que ya había entre sus lectores.

Y para Lucas, ¿que pretendió hacer Jesús aquel día en el Templo? Simplemente lo convirtió en un lugar apto para sus enseñanzas (19,47), algo que no irritaba a ninguno de los lectores de su comunidad. Por eso, a partir de ese momento aparecerá Jesús enseñando permanente-mente en el Templo (20,1; 21,37.38; 22,53). Y por eso es que decidieron matarlo.

Por la vida de un amigo

Aunque con matices distintos, los tres primeros evangelistas coinciden al menos en que la muerte de Jesús se debió a la expulsión de los vendedores del Templo. En cambio San Juan da una explicación totalmente diferente: lo que provocó la muerte de Jesús fue el haber resucitado a Lázaro (Jn 11,45-54). ¿Por qué?

La resurrección de Lázaro es el último milagro que Jesús realiza en el cuarto Evangelio. Ya había curado a otros enfermos: a un niño con fiebre (4,52), a un paralítico que llevaba treinta y ocho años enfermo (5,5), a un ciego de nacimiento (9,32). Pero nunca había devuelto la vida a un muerto. Con este milagro, el más espectacular de todos, San Juan presenta a Jesús con el poder sorprendente de dar la Vida a los muertos; Él es la resurrección en persona que ha venido a visitarnos (11,25-26).

Frente a esto, las autoridades no pueden tolerar más y deciden matarlo. Que alguien devuelva la vida a los muertos ya es demasiado; se vuelve peligroso y difícil de manejar. Por eso planean eliminarlo (11,45-53). Pero no cuentan con una sorpresa: que precisamente matándolo hacen que Jesús devuelva la Vida a los muertos. La muerte de Jesús es la que inaugura los nuevos tiempos, la nueva era de la Vida eterna. A partir de ese momento, todos los muer-tos pueden resucitar.

La gran ironía de San Juan está en que a Jesús le quitan la vida para que Él no haga más resurrecciones; y sin embargo así es como logran que él resucite a los que están muertos.


Para eliminar el Templo
Entonces para Juan, ¿qué pasó con el incidente del Templo? También él lo cuenta, pero al principio de su Evangelio y con otra intención.
Para San Juan, al comienzo de su vida pública Jesús subió un día al Templo, y allí se encontró con los vendedores de animales y los cambistas, a los que expulsó (2,13-22). Pero aquí Jesús tiene una intención distinta a la de los otros tres evangelistas: lo que Jesús quiere hacer es directamente eliminar el Templo, y reemplazarlo por su persona.

 Por eso Juan añade detalles propios en su relato, que muestran esta idea. Por ejemplo, además de ahuyentar palomas (como decían los otros tres Evangelios), dice que también echó afuera bueyes y ovejas. Porque eran los animales empleados como sacrificios en el Templo, y al venir ahora Jesús ya no hacen falta más animales ni más sacrificios que su muerte redentora. También dice Juan (y sólo él) que cuando le preguntaron a Jesús por qué hacía eso él respondió: “Destruyan este Templo y yo lo levantaré en tres días”. Es decir, no sólo los sacrificios sino el mismo Templo ya no tienen sentido con la llegada de Jesús. Todo debe ser eliminado.

Según Juan, pues, en el incidente con los vendedores Jesús no pretendió abrir el Templo a los paganos (como decía Marcos), ni purificarlo (como decía Mateo), ni convertirlo en lugar de enseñanzas (como decía Lucas), sino eliminarlo. Es un relato simbólico de la futura abolición del culto y los sacrificios judíos ante la llegada de Jesús, el nuevo Templo de Dios. Por eso lo puso a continuación de las bodas de Caná, en las que Jesús también hace desaparecer 600 litros de agua, usada por los judíos para sus ritos de purificación (nuevamente el culto judío desaparece), y los convierte en vino. El culto judío ha dejado de tener valor.

Siempre el mismo tema

Cerca del final de su vida, Jesús tuvo una disputa con los vendedores del Templo que le costó la vida. ¿Por qué? Exactamente no lo sabemos. Pero cada evangelista se encargó de darle su propia interpretación, según su teología y sus destinatarios. Para Marcos, Jesús quiso abrir el Templo a los paganos. Para Mateo, quiso purificarlo. Para Lucas, quiso convertirlo en un lugar de oración. Y para Juan, aunque en otro contexto, quiso eliminarlo.
¿Quién es el que está en lo cierto? Todos. Jesús murió para que no hubiera más excluidos (Marcos), para eliminar la impureza de las intenciones torcidas de los creyentes (Mateo), para que lo que enseñamos sea lo que vivimos (Lucas), y para que consideremos a las personas como Templo de Dios, y no a los edificios (Juan).

La muerte de Jesús fue un hecho tan lleno de significado, tan denso e inagotable en sus consecuencias, que aun con todas las explicaciones que los evangelistas nos den no llegamos a desentrañarla del todo. Pero una cosa es cierta: sólo quien se compromete con alguna de esas consecuencias demuestra haber experimentado la Vida que ella ha traído.

Francisco Rafael Pascual 
(Reflexiones sobre el texto de Ariel Álvarez)

domingo, 10 de marzo de 2013

ZAQUEO Y NICODEMO

DOS FORMAS DE ENCONTRARSE CON JESÚS
 (Lc 18, 1-10 y Jn 3, 1-21)

            La Biblia, como todos los grandes relatos de la humanidad, está llena de personajes que, sin quererlo, han pasado a la galería de grandes protagonistas y arquetipos o representación de las actitudes que otros hombres toman ante la vida, ante Dos, ante Jesús, ante el dolor, la alegría o la muerte.

Zaqueo y Nicodemo son dos personas muy distintas. El primero es un hombre de mundo, comerciante y negociador, vividor y un poco cínico, un hombre al que nada –ni siquiera la estatura- se le ha dado fácilmente, y por eso sabe del trabajo y esfuerzo que cuesta conseguir algo. Nicodemo es un hombre respetable, posiblemente de buena y noble familia, digno en su porte y cuidadoso de sus acciones, sincero creyente y político a la vez, cumplidor de las leyes personalmente y con miedo también a las opiniones o actitudes de los demás hacía él.

Zaqueo

Hay algo en el interior de Zaqueo que permanece limpio y original, infantil y abierto a la sorpresa, algo que despierta la presencia de Jesús y le cautiva, le trastoca y le entusiasma. En el corazón de Zaqueo, en el centro más profundo hay una cámara donde no ha llegado el mal, la avaricia y la soberbia de la vida, un lugar que el dinero no ha podido comprar y la malicia y suciedad de este mundo no han podido pisar.

Zaqueo, experto psicólogo a la hora de cerrar tratos, descubrir nuevos clientes y embaucar a ingenuos, especialista en dar “gato por liebre” y sacar siempre el mayor beneficio posible en sus transacciones, corre para descubrir a Jesús y sube a un árbol para verlo bien.

Jesús, a quien las apariencias importan poco, se encuentra ante el Zaqueo que nadie ve, y entra en esa cámara oculta del corazón del comerciante, donde está el Zaqueo real, el niño que en lo alto del árbol se le sale por los ojos a Zaqueo.

Las miradas de Jesús y de Zaqueo se encuentran, y surge entre ellos una doble complicidad: la del salvador y la del salvado, la del redentor y la del redimido.

Pero el encuentro es un “encuentro bíblico”:

·        La iniciativa la toma siempre Dios.
·        El hombre recibe la presencia de Dios con gozo y alegría.
·        Fruto del encuentro es que la “salvación” llegue a los pobres y desheredados.
·        Dios viene a salvar, no a condenar.

Es difícil saber, en este relato evangélico, quién descubre a quién… si Zaqueo a Jesús o Jesús a Zaqueo, nunca sabremos por qué Jesús “se invitó” a casa de Zaqueo, y nos sorprende mucho la “reacción tan exagerada” de Zaqueo (hubiera bastado con una “cantidad simbólica”…).

Pero cuando la alegría se desborda, cuando los amigos se hacen cómplices para el bien, cuando la salvación entra en la casa de uno… ¡todo es distinto!


Nicodemo

            Ya lo hemos descrito más arriba. Además, Nicodemo es un fariseo, posiblemente consecuente y serio con su fe y sus principios religiosos. Jesús le despierta cierta admiración y confianza; pero solo por lo que ha visto y oído de él. No es que tenga fe ni relacione a Jesús con nada sobrenatural; sencillamente lo encaja dentro del contexto religioso de Israel: reconoce que “viene de parte de Dios” (es decir, un profeta más…).

            En el diálogo con Nicodemo sorprende la frialdad de Jesús (no hay ni un asomo del entusiasmo con Zaqueo). Jesús se muestra expeditivo y cáustico, y al final le afea a Nicodemo el que haya venido a verle de noche.

            Juan resume la conversación mantenida entre Jesús y Nicodemo en varios puntos básicos:

a) Necesidad de un “nuevo nacimiento” (una realidad nueva):

·        El misterio del nuevo nacimiento (vv. 3-9). Jesús declara con solemnidad: es necesario nacer de nuevo para ver el reino de Dios. No se trata de un simple cambio o conversión, sino de hacer algo nuevo, nacer de nuevo.
·        Nacer de nuevo es creer en Jesús: el Espíritu es el agente de la nueva fe, produce una vida nueva dotando unos ojos nuevos,
·        Y hace ver la gloria de Jesús como Unigénito del Padre y del reino de Dios.

b) la revelación presentada a un “fariseo” (que conocía “la ley” y los profetas; pero al que le faltaba la experiencia auténtica del origen de la “dinámica” de la salvación… aunque era “doctor en Israel”…).

·        La revelación del misterio redentor ( vv. 10-21): Jesús puede hablar de estos misterios porque los conoce. Jesús ha descendido del cielo para “revelarlas”.
·        La cruz es la cumbre de la revelación, en donde se encuentra la salvación. Es el lugar del conocimiento verdadero de Jesús, como Hijo de Dios y lugar de atracción, que Él ejerce sobre toda la humanidad.
·        El v. 16 constituye el momento álgido de todo el diálogo, una expresión suprema. El amor del Padre ha puesto en marcha toda la historia de la salvación.
·        El “juicio” no es una sentencia pronunciada al final de los tiempos, sino que se va realizando en la misma confrontación de los seres humanos con Jesucristo. Dios hizo una oferta que sigue abierta.


Conclusión

            Posiblemente nos encontremos divididos y dubitativos ante las diferentes posturas de Zaqueo y Nicodemo. La verdad es que la frescura de Zaqueo, la espontaneidad de su reacción y lo desmedido de su generosidad contrastan con la exquisita corrección de Nicodemo, su acomodo como interlocutor atento y competente con Jesús… pero no se nos dice nada del final de la entrevista, o de cómo concluyó. No sabemos tampoco cuál fue la reacción de Nicodemo, ni qué efectos tuvo en él la charla con Jesús.

            Pudiéramos decir que Zaqueo y Nicodemo son dos modos de ser cristiano, representan dos modos de ser en la Iglesia, en la comunidad (también monástica…). Cada uno de ellos provoca una reacción distinta en Jesús.

            Zaqueo representa el entusiasmo y la espontaneidad, la alegría desbordada y la “creatividad” (organiza todo en un plis plas). Yo me pregunto si no deberían apuntar a eso nuestros planes de formación y de educación; si no deberíamos potenciar más en nuestras comunidades  el entusiasmo y la “capacidad de reacción”.
            Quizá sea la falta de esto lo que haga que sea imposible la “seducción” de nuevos candidatos, el desarrollo de una vida humana y espiritual realmente fecundas, o, para concluir, quizá nos atenace y avergüence el miedo a aceptar algo que desmonta toda nuestra vida, soportada en un mero aparentar (aunque “aparentemos” muy bien… o sea, como los fariseos) y no cimentada sobre la roca firme del entusiasmo por Jesús la fe en su Palabra.

Francisco R. Pascual, ocso
Monasterio Cisterciense de Cassarrubios (Toledo).