viernes, 6 de mayo de 2016

VOY A PREPARAR UN LUGAR PARA VOSOTROS EN EL CIELO

 
La Ascensión clava nuestra esperanza de forma indemne nuestra en propia felicidad eterna. Así como Jesús, el Hijo de José y María, ha subido con su cuerpo glorificado al cielo, así tú, yo  y todos los fieles que se esfuercen en entrar y vivir el misterio, subirá para nunca bajar, para quedarse para siempre allí. 
  La Ascensión, es un subir, es un superarse de continuo, un no resignarse vivir mirando siempre al suelo. Es un deseo continuo de  Subir, siempre subir; querer ser otro, distinto, mejor; mejor en lo humano, mejor en lo intelectual y en lo espiritual. Cuando uno se para, enferma; cuando uno se para definitivamente, ha comenzado a morir. Se impone la lucha diaria, la tenaz conquista de una meta tras otra, hasta alcanzar la última, la añorada cima de ser santo. Esa es mi meta, esa es mi cima, tu meta, tu cima.
  Al ascender al cielo Jesús no pensaba sólo en su triunfo; quería que todos los hombres subieran con Él a la patria eterna. Había pagado el precio; había escrito el nombre de todos, de cada uno, en el cielo, tu nombre y el mío, el de cada uno. El Cielo es tuyo, el Cielo es mío, es nuestro, do todo el que tiene ese deseo constante y creciente de subir. Es preciso que nos preguntemos, al menos de vez en cuando: ¿Subimos o nos quedamos?  Recordemos siempre que Jesús subió a “preparanos un lugar”. Si no subimos, lo perdemos. ¡Cómo debe emocionarnos esto:  Dios mismo preparando un lugar, mi lugar, en el cielo. 
 Dios creó al hombre, a ti y a mí concretamente, para que, al final, vivamos eternamente felices en la gloria. Si nos disponemos a subir, Dios consigue su plan, y nosotros logramos nuestro sueño. Entonces habrá valido la pena vivir...
¡Con cuanta ilusión Jesús hubiera llevado a la gloria consigo a sus dos compañeros de suplicio! Pero sólo pudo llevarse a uno. Porque el otro no quiso... Se salva sólo quien quiere salvarse. El nos ofrece la salvación, cada uno debemos aceptarla y acogerla.
Si Cristo pudiese ser infeliz, lloraría eternamente por aquellos que, no quisieron aceptar su salvación. Jesús lloró sobre Jerusalén, Jesús ha llorado por ti y por mí, cuando le hemos cerrado la puerta de nuestra alma. Ojalá que esas lágrimas, sumadas a su sangre, logren llevarnos con Él al Cielo.
Si le pedimos con la misma sinceridad que el buen ladrón: "Acuérdate de mí, Señor, cuando estés en tu Reino", no hay duda de que escucharemos también: "Estarás conmigo en el Paraíso". Y así, el que escribió tu nombre en el cielo podrá, por fin, decir: "Misión cumplida". 
Dios a través de la Segunda Persona de la Trinidad –El Hijo- nos ha regalado al Cielo, para nosotros, es hora de responder. No podemos vivir sin su amor. La vida sin Él es un penar continuo, una madeja de infelicidad y amarguras. Amar es la respuesta, es el sentido, amar eternamente al que infinitamente nos ha amado. El Cielo lo grita: Dios es amor.
La ascensión nuestra al cielo, será el último peldaño de la escalera que tenemos que subir; será la etapa final y feliz, sin retorno ni vuelta atrás. Debemos pensar en ella, soñar con ella y poner todos los medios para obtenerla. Todo será muy poco para conquistarla. Después del Cielo sólo sigue el Cielo. Todos nuestros anhelos más profundos y entrañables, estarán, por fin, definitivamente cumplidos.
Al final de la vida lo único que cuenta es lo hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos. "Yo sé que toda la vida humana se gasta y se consume bien o mal, y no hay posible ahorro. Los años son ésos y no más, y “la Eterna Felicidad” el Cielo, para quien la desee de Verdad.


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