Cuando venga
en su gloria el Hijo del Hombre, se sentará en el trono de su gloria y serán
reunidas ante él todas las naciones”. La Iglesia, al celebrar en este domingo a
Jesús como rey del universo, lo evoca bajo el doble aspecto de pastor que
agrupa su rebaño, separando ovejas y cabritos, y de juez soberano que se
dispone a dictar sentencia sobre todos los pueblos. Aunque la tradición
cristiana ha entendido esta página sobre todo desde la perspectiva del juicio del
final de la historia, sobre todo es importante prestar atención al contenido de
su mensaje concreto por su valor siempre actual, de gran importancia para quienes
nos llamamos cristianos.
En efecto, el Hijo del Hombre, en el
momento en que se dispone a juzgar a las naciones, muestra una sola y única
preocupación que no es otra que el comportamiento de cada persona con relación
a su prójimo. Mateo detalla lo que interesa al Juez con situaciones concretas: “Tuve
hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y
me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en
la cárcel y vinisteis a verme”. Ciertamente, la lista podría alargarse hasta el
infinito, pero recubre puntos significativos de la vida de los hombres de todos
los tiempos y lugares, y permite entender la actitud fundamental que Jesús
espera, no solamente de los suyos, de los creyentes, sino de todos los hombres.
Cumplir estos requisitos supone tener abierta la puerta para entrar en el Reino
que Dios prepara para todos, mientras que pasar indiferentes ante la necesidad
de los hermanos, supone verse excluido de todo lo que entraña el anuncio y la
promesa del Reino.
Pero impresiona realmente constatar
que, en el juicio, no se tienen en cuenta actitudes relacionadas con lo que
podríamos llamar “religión”. Jesús no pregunta cuantas veces que hemos
escuchado su palabra, cuantas veces hemos frecuentado los lugares de culto para
celebrar la liturgia, cuantas veces hemos profesado sin miedo nuestra fe,
incluso ante peligro de muerte. Los requisitos que Jesús espera de la humanidad
no son simplemente una lista de buenas obras que deben ser llevadas a cabo,
sino que reclama estos gestos como algo que se ha hecho a él mismo, los
personaliza hasta el extremo: “Tuve hambre, tuve sed”. Por esto es comprensible
el estupor tanto los que los cumplieron como los que no lo hicieron: “¿Cuando
te vimos necesitado y te asistimos o no te asistimos?”. Y la respuesta de Jesús
es para hacer temblar al más seguro: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis
o no lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”.
¿Quien de nosotros, alguna que otra vez, para ser buenos y no decir casi
siempre, hemos tenido en poca consideración a los hermanos que nos rodean, que
se cruzan en nuestra vida, no solo a nuestros familiares, amigos, conocidos,
compaisanos, si no a todos, y empezando por los más humildes, es decir los que
menos títulos tienen para merecer nuestra atención y nuestro afecto?
“Cada vez que lo hicisteis con uno de
éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. Lo que Jesús pregunta, lo
que le interesa es cómo nos hemos portado con nuestros hermanos, sobre todo con
los más humildes, los más necesitados. O si damos la vuelta a las palabras de
Jesús, cuantas veces hemos sabido ver y servirle en la persona de los demás.
Reto impresionante que se nos propone. De nada servirán todas las
magnificencias del cristianismo si no sabemos ponernos al servicio de los
hermanos como Jesús hizo y nos enseñó. Ciertamente, el tema se prestaría para
ridiculizar el mundo entero, la Iglesia, todo y todos. Comprendamos que, en el
evangelio de hoy, Jesús invita a entrar en
el camino de una mística sencilla, al alcance todos, pero no por eso menos
sublime, menos profunda. Entremos en el santuario de nuestro corazón y
propongámonos con sencillez y generosidad, trabajar para saber ver y servir a
Jesús en todos y cada uno de los hermanos y hermanas que aparezcan junto a
nosotros en nuestro caminar hacia Dios. “Lo que hicisteis con uno de éstos, mis
humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”.
Jorge Gibert Tarruell
Monje cisterciense
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